Las clases y los exámenes

El estudio de la asignatura

a. La asignatura de filosofía combina las características de las ciencias y las humanidades. Es preciso entenderla: tratar los problemas, tener en cuenta los puntos de partida, para comentar, etc.; Y, a la vez, el instrumento de su argumentación y los problemas que se plantea no son de carácter numérico, sino conceptual. La palabra es su instrumento fundamental.
b. Es preciso enfocar el estudio correctamente si se quiere afrontar con éxito. La memorización literal no es el objetivo del estudio: leer y releer hasta decir “de memoria” los apuntes no va.
c. El estudio debe encaminarse hacia la comprensión de los temas. Esto implica captar su núcleo: cuál es el problema planteado, cuál es la dificultad que intentamos comprender; y cada una de sus partes fundamentales: en qué líneas se desglosa la cuestión. Para ello, el alumno debe ser capaz de plantearse como propias las cuestiones que va a estudiar, comprender su importancia y verdaderas dimensiones: no trivializar. El primer objetivo del estudio es, por tanto, plantearse correctamente las cuestiones.
d. Cada apartado del temario, para ser comprendido, exige la asimilación de unos conceptos o palabras clave. Aquellas ideas acciones que suelen subrayarse en clase. En el estudio es necesario reconocerlas, saber su sentido de poder explicativo, y captar su papel en la explicación de la cuestión planteada. A veces será necesario aprenderse su definición, otras bastará con comprender su sentido. Estos conceptos formarán el eje de una respuesta rigurosa y correcta a las preguntas de los exámenes: deben saberse usar,  ponerlos en su lugar.
e. La conexión entre las diversas ideas es lo que compone una explicación o argumentación. En el estudio de aquellos aspectos que la implican, el alumno debe comprobar si sabe razonar la cuestión: de qué parte como presupuesto, cómo unas afirmaciones implican otras, a qué conclusiones se llega.
f. En los temas o apartados descriptivos, más de clasificación ayer documentación, debe reconocerse la clave de la clasificación y los rasgos determinantes de cada parte diferenciada.
g. El esquema es, muchas veces, un gran instrumento para retener fácilmente la estructura básica de una documentación, así como el plano general de una clasificación. Por eso mismo elaborarlos como clasificadores de estudio y base para el repaso es una buena vía para el éxito. De todos modos no olvidemos que luego habrá de traducirse el esquema a una redacción correcta, por tanto deberemos ser capaces de volver  darle cuerpo, enriquecerlo y matizarlo. Por eso la lectura de los apuntes o libro ayuda a comprender y a ver cómo se puede redactar un tema: asimilar el tono de una buena redacción en filosofía. 
h. Es conveniente revisar el plano general de lo que se va estudiando: plantearse las relaciones entre los diversos apartados del tema. El proceso podría resumirse así: una primera toma de contacto con una lectura general, detectar las cuestiones importantes que uno va a afrontar y su relación mutua, profundizar en cada una de las partes, volver a revisar su integración respectiva en un vistazo general. 

La clase y los apuntes

a. Las clases forman una parte importantísima del estudio de una asignatura. En ellas se presenta el tema, se señalan los aspectos centrales, los conceptos importantes, etcétera. En una clase de filosofía, la actitud debe ser la de intentar comprender los contenidos que se exponen, la atención es capital: Quiero entender esto, así de simple.
b. Tenéis una base de apuntes o libros de texto. El profesor lee, destaca, ejemplifica, añade comentarios, señala relaciones. El alumno debe atender: que los contenidos lleguen a su inteligencia antes que el papel, luego tomarán las notas pertinentes: subrayando los conceptos o frases clave, anotando relaciones con otros temas, ejemplos clarificadores, etc.
c. Las anotaciones deben ser “estudiables”: claras. Por eso lo aconsejable es tener papel suelto o libreta de apuntes: señalar el apartado que se trabaja, y a continuación las observaciones pertinentes. Al estudiar se lee el texto o libro y se trabaja y amplia con esas anotaciones. Empeñarse en rellenar los márgenes con letra ilegible y ángulos diversos es un buen modo de volverse loco en el estudio.
d. Algunas abreviaturas que indiquen el valor o importancia de lo que hemos escrito pueden ayudar a tomar apuntes claros: DEF (definición), EXP (explicación), ACL (aclaración), AMP (ampliación), EJ (ejemplo), REL (relación). Conviene que no sean muchas y que sean constantes.
e. Las preguntas son importantes en clase, pero debemos exigirnos que nuestras intervenciones pertenezcan al tema y evitar que se corte excesivamente la exposición por cuestiones laterales vagamente relacionadas. A pesar de todo, no hay que tener miedo a meter la pata: se quita y ya está.
f. A una clase ha de irse conociendo sus presupuestos, lo que se ha dado en las anteriores. No es necesario ir al día con profundidad, pero sí habiendo mirado las cosas. Sí es importante dedicar más de un día por semana a estudiar la asignatura.
g. El profesor está disponible para resolver las dificultades que surgen del estudio habitual: conviene plantearlas antes de que llegue el examen, la razón es evidente.

Los exámenes

a. Los exámenes no serán siempre del mismo tipo, pero el típico examen de filosofía está formado por preguntas en las que hay que pensar un poco. Preguntas que, basándose en uno o varios apartados de los apuntes o del libro, no pueden responderse clavando un trozo de ellos. Por eso, junto al adecuado estudio, es preciso saber plantear bien los exámenes.
b. Lo primero es captar bien el sentido de la pregunta: a qué contenidos apunta (qué pide esencialmente), cuál es su alcance (qué aspectos incluye en su planteamiento y cuáles no). 
c. Si el estudio está bien hecho, aparecerán en la mente los conceptos, aspectos, argumentaciones, etc. que responden adecuadamente a la cuestión. Llega entonces el momento de seleccionar lo que nuestra respuesta incluirá y lo que no, y en qué orden nos vamos a exponer: líneas generales, ejemplos y reflexiones que aportaremos respondiendo a qué. Hacerse mental o abreviadamente el esquema de la respuesta.
d. La respuesta ha de tener siempre esta estructura: una breve introducción que sitúe la cuestión, luego ordenadamente sus elementos y conceptos clave, convenientemente expuestos o argumentados; Si es pertinente, una breve conclusión. Comenzad siempre por el punto central de la cuestión, luego los secundarios.
e. Procederemos después a la redacción. Debe ser correcta. No emplearemos un lenguaje coloquial, sino preciso y claro: utilizando los conceptos importantes adecuadamente. No podemos hacer un mero esquema, ni recargar la retórica. Debe buscarse un equilibrio entre contenido y forma de expresión. En la redacción han de quedar claras las relaciones entre ideas: con expresiones del estilo “en consecuencia”, “de esto se deriva”, “por tanto”, etc. lo conseguiremos.
f. Los ejemplos son acompañantes de la explicación. Nunca la constituyen en lo esencial. Vigilad con el peligro de apoyarlos demasiado en ellos, o de emocionaros con uno y gastar excesivo tiempo con él: breves y claros.
g. Todo examen tiene unos límites de tiempo. Normalmente, si quisiéramos decir todo cuando sabemos, nos faltaría. Debemos a montar las respuestas al tiempo que tenemos. Si se hace bien, no hará falta invertir mucho en pensar que diremos, lo hallaremos con cierta soltura. Si elegimos bien la respuesta quizá nos falte tiempo, pero lo esencial estará reflejado. Una hora de examen es una hora de trabajo intenso, no desperdiciemos el tiempo. Es preciso exigirse y aspirar a hacerlo lo mejor posible para que el resultado no sea meramente pasable.


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